Friday, June 02, 2006

CUANDO LA PENA VALGA LA PENA


Hubo un tiempo en que carecía de importancia si los acontecimientos tenían o no sentido. Sencillamente se sucedían como por arte de magia, y mi mente de niño los aceptaba y los asumía, simplemente porque eran así.
Los recuerdos de aquel entonces perduran en mi memoria no tanto por el modo en que se desarrollaron, sino por las secuelas que de una u otro forma dejaron. A modo de ejemplo, el fallecimiento de un familiar al que apenas conocí adquirió su importancia por dejar unos hijos sin padre en los más tempranos momentos de sus vidas, y me impresionó más el sentimiento de soledad que se reflejaba en sus rostros que el hecho mismo de la muerte. La posterior relación con esos muchachos, presentes en los mejores momentos de mi vida, estuvo motivada precisamente por esa previa desaparición. Muchos fueron los veranos que pasamos juntos corriendo campos, cruzando riberas, saltando peñas, buscando nidos y soñando tardes de cielos mezclados en rosa y azul, interminables. Son esos instantes los que motivan que hoy añore aquellos montes cuya extensión, situación geográfica o valor económico carecían absolutamente de sentido, porque era un niño.
Echo de menos lo que ahora me falta porque hubo un entonces que fue maravilloso, y anhelo con nostalgia sentimientos pasados. Son mis recuerdos los que me ayudan a crecer, los que me acompañan durante toda mi existencia. También es cierto que no puedo evitar caer en la tentación de desechar aquellos otros momentos vividos que alguna vez supusieron situaciones difíciles de asumir. Los buenos instantes vividos nos sirven para reconfortarnos, para compartirlos y hasta para idealizarlos. Los malos recuerdos tendemos a eludirlos porque nos hacen sufrir, pero al mismo tiempo nos ayudan a aprender y a crecer, con la esperanza de que aunque sigan a nuestro lado tendremos la certeza de que nos guiarán para no volver a caer.
He crecido sin apenas darme cuenta. No sé cómo ha podido suceder, pero es lo cierto que los últimos quince o veinte años de mi vida se han diluido como lo haría un suspiro en un vendaval. El niño que saltaba de alegría cada vez que cumplía años ha dado paso al hombre que presiente que ya no los tiene, y paradójicamente, cuanto más tiempo transcurre, cada vez me resulta más difícil recordar. Siento que los acontecimientos ya no se suceden como por arte de magia, sino que responden a razones que muchas veces la propia razón desconoce... o rechaza. El paso del tiempo, indolente, se empeña en demostrarme que cada día vivido se ha perdido para siempre, y que su única herencia se refleja en los terceros que nos rodean según la influencia que en ellos haya tenido nuestro comportamiento. Ellos serán nuestra memoria cuando decidamos que es mejor no recordar.
Todas las mañanas de mi vida miro a mi alrededor, y doy gracias por poder seguir un poquito más. Son muchas las cosas que tengo pendientes por hacer, tantas como ilusiones y obligaciones tengo. y ello es motivo más que suficiente para querer seguir adelante. Ya no importa demasiado si los días son azules o grises, si las tardes huelen o no a azahar, o si las noches despiertan estrellas fugaces. Pero a cambio he aprendido que la vida por vivir, el amor por descubrir o el dolor por el que llorar es lo verdaderamente importante. Hoy sólo lloro cuando la pena vale la pena.
El tiempo vivido me ha permitido saber que hasta los océanos más procelosos terminan por sucumbir a la calma, que la vida está hecha de pequeños dones, que la felicidad última es la suma de la sonrisa del niño, del ímpetu del joven, de la seguridad del adulto, y de la elegancia extrema del que, un día, ya cansado, acepta resignado que el tiempo le hurte la luz y cierre sus ojos.
Llegará el momento en que deba partir a navegar nuevos mares. Y cuando se aproxime ese instante intentaré hacerlo en silencio y tranquilo. Mi única pretensión será llevarme la conciencia de morirme vivo, y para ello, aun sin pretenderlo, intentaré rubricar con la vida un último trato: justo antes de salir a la mar, antes de pagar el precio más alto que existe por emprender el viaje, le pediré a la vida que me permita recordar con claridad lo que un día fui: un niño que quiso hacerse hombre, un hombre que soñó con volver a ser niño.

1 Comments:

Blogger Elisabeta said...

Ese niño sigue vivo en tí,escuchale de vez en cuando...Un besote

17/7/06 1:21 AM  

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