Friday, June 30, 2006

HEBE (I)

La conocí cuando eran las ocho y media de la tarde de un día que cumplió su promesa de ser muy largo. Nos presentó un familiar suyo, quien me insistió en que quedáramos a celebrar que habían terminado, y con éxito, varios años de pleitos y sinsabores tendentes a que pudiera disfrutar de un régimen de visitas con unas niñas a las que un día prometimos que no crecerían sin la presencia de su padre.

Llegué al lugar de nuestra cita y él ya me estaba esperando. Me dió un abrazo y me preguntó qué quería tomar. Con un gesto señalé el grifo de la cerveza y el camarero dió por hecho -y no se equivocó- que deseaba una jarra helada y grande. Sin duda el tamaño elegido era acorde con el sofocante calor de la tarde. De un trago apuré casi la mitad, y después de respirar, ya superado el clásico picor de nariz, él inició la conversación.
A su lado, como mezclada entre otros clientes del bar, había una mujer joven, de unos treinta y cinco años de edad. Cuando me acerqué sonrió cortés y timidamente. Al principio me sentí un tanto incómodo si se tiene en cuenta que en menos de un minuto mi cliente había insultado varias veces a la que fue su esposa y lo hacía en presencia de la que, para mí, seguía siendo una desconocida. Sin embargo, al no separarse de nuestro lado, y seguro de que su presencia no era casual le pedí que nos presentara, y con la misma atolondrada celeridad mostrada durante años en todas su actitudes respondió: "¡Ah, sí, te presento a Hebe, es mi prima de Argentina".

Intercambiamos un breve saludo mientras él seguía hablando sin parar. Como un torrente trataba de explicarnos que su diagnóstico de trastorno histriónico de la personalidad era una falacia. Nos decía que él no tenía la culpa de buscar una atención excesiva, sino que todo era consecuencia de haber sido demasiado protegido durante su infancia; Que esa continua necesidad de aprobación no era tal, pues él sobradamente sabía, sin que nadie se lo dijera, que era un magnífico profesional capaz de desenvolverse al más alto nivel; Insistía en que todos éramos, en alguna medida, responsables de su actual situación, por no entender que cuando rechaza la ayuda que le ofrecemos en realidad lo hace para que comprendamos que ésta no es suficiente, sino que necesita más todavía, y en vez de ayudarle terminamos por dejarle solo dado que nuestra torpeza nos impide ver que nos necesita; Que todos somos unos grandes egoístas por no haberle sabido devolver todo cuanto él ha hecho por nosotros. Y ni que decir tiene que se aseguraba de que su voz se escuchara en todo el establecimiento a fin de que todas las miradas de las personas presentes en el local se centraran en él.
Entre medias de su perorata yo trataba, sin éxito, de intervenir aportando sugerencias o consejos que eran inmediatamente destruidos por quien no quería dejarse ayudar. Fue entonces cuando Hebe rompió su silencio:
- "¿Por qué no tratas de hacer lo que hice yo?. ¿Por qué no te limitas a dar sin esperar a recibir?. Serías mucho más feliz y encontrarías tu camino".-
Desde ese preciso instante dejé de oír la voz de mi cliente. El no dejaba de hablar, pero cuando busqué la mirada de Hebe y ví que ella buscaba la mía supe que ya no era a él a quien me apetecía escuchar.

1 Comments:

Blogger Lilith said...

es tan díficil dar sin esperar a recibir...pero me gustaria lograrlo y sentirme bien conmigo misma,sin rencores ni reproches...

17/8/06 11:47 AM  

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