Thursday, August 31, 2006

CUANDO MI CABEZA DA VUELTAS (II)


La soledad es el comienzo de la tristeza en el alma. No hablo de estar solo, sino de sentirse solo. Podemos disfrutar de la más grata compañía, podemos estar rodeados de los seres más queridos, y sin embargo sentirnos solos. Nos sentimos solos ante la desolación, ante la incertidumbre que no cesa. Miramos alrededor y nadie parece escucharnos. Nuestra mirada busca consuelo y nos responden ojos que parecen ciegos y manos que están vacías.
Uno de los peores sentimientos posibles es el de sentirse solo en el amor. Quien no haya amado con pasión no podrá creer, y a buen seguro no compartirá, la rotundidad de esta afirmación. Ni podrá hacer suya la creencia de que una de las más duras variantes de esta soledad es la que siente quien, a pesar de saber que su amor es imposible, espera. Es la soledad del teléfono que no suena, la de la carta que no llega, la de la cita incumplida, la de la eterna promesa. Es la soledad del que sabe que el día que decida abandonar, y marcharse, su partida será la más ingrata respuesta, por la sensación de que el fracaso va a ser su inseparable compañero.
Quien seguro se siente no concibe el adiós del más débil, porque cree que ese adiós le resultará tan doloroso que será incapaz de adoptar tal decisión. Sin embargo, hasta la más insignificante de las voluntades posee su defensa, proveniente de la sorpresa. Y la sorpresa es el tiempo, que posee una brisa aparentemente imperceptible pero incesante, cuyo su soplo termina borrando los recuerdos que causan el dolor y coagulando la sangre que brota de las heridas del alma.
La brisa ha erosionado las más altas cumbres de la faz de la Tierra.

Tuesday, August 22, 2006

CUANDO MI CABEZA DA VUELTAS (I)


Hace unos días, sentado frente al mar ardiente de Muros, juré no volver a llorar por dentro, ni a preguntar porqués.
Hace unos días me propuse disfrutar de los momentos que tengo, porque son tan importantes como los que echo de menos.
Y me prometí también tratar de no hacer a nadie daño, de mimar lo cotidiano, de no dar nada por hecho y de no rechazar a quien quiero.
Porque muy pronto llegará el invierno.