Wednesday, November 29, 2006

A TI



El tiempo transcurre como por arte de magia, y nos conduce por senderos que en ocasiones somos incapaces de caminar. Queremos ser fuertes ante todas las situaciones, queremos llevar las riendas de nuestro destino y, sin embargo, somos seres vulnerables. Nuestra vulnerabilidad se manifiesta en muchos terrenos, pero, de todos ellos, es el del amor el que más nos debilita. Cuando nos sentimos enamorados volamos sobre paisajes frescos y verdes, alumbrados por un sol cálido que nunca alcanza el nadir. Cuando perdemos el amor ese mismo sol nos asfixia, quema nuestras alas, convirtiéndonos en Icaros yacentes que caen sin remedio en la soledad sentida.

La seguridad del amor sucumbe ante la desazón del olvido, como el castillo de arena lo hace ante la fuerza del mar. Los mismos paisajes, idénticos mares, se muestran distintos según sea el ritmo de nuestro corazón. Enamorados, somos capaces de alcanzar las más altas cumbres de la alegría. Olvidados, somos incapaces de caminar hasta el sendero más sencillo de la cotidianeidad. El amor y el desamor se convierten en los colores que impregnan el lienzo de nuestros recuerdos bajo la mano maestra de nuestro ser amado, pintor de esperanzas y desconsuelos. Y al final del camino, nuestra vida se convierte en la sala de exposiciones de lo que fueron nuestras pequeñas y grandes historias, ahora ya en forma de recuerdos.

Resultará bonito comprobar que la vida que vivimos nos reencontrará con personas que, una vez, fueron artífices de nuestros sueños. Una de ellas serás tú. Lo eres ya. Porque tus manos han sabido pintar en mis recuerdos sólo paisajes serenos. En ellos he visto lagos que reflejan imágenes de sauces inclinados ante el paso de los cisnes, cercana ya la atardecida. Son los mismos paisajes de hierba fresca salpicada de flores color violeta que una vez pisaron nuestros pies descalzos. Es la mar tranquila en tonos turquesa. Es el cielo en rosa y azul que despierta al amanecer. Es el jardín poblado de rosas, buganvillas y romero en el que se secan las sábanas blancas que tendimos al sol. Es la lluvia en la ciudad que refleja nuestro abrazo a la luz de los neones. Porque trazaste paisajes que acogen y no ahogan, que cobijan y no enfrían, que arropan y no olvidan, que esperan y no reprochan, que comparten y nada piden, que aceptaron de buen grado la siembra para devolver, multiplicados, los frutos de la cosecha.

Y eres tú, pintora de mis sueños, mi paisaje preferido. Es aquél que quisiste pintar en forma de autorretrato y que un dia decidiste regalarme. Autorretrato de callada amiga, de discreta cómplice. Es el que guardo en mi memoria como un preciado tesoro. Paisaje de trazo limpio, firme, claro y brillante. Paisaje sencillo y hermoso, cálido e imborrable.

Wednesday, November 22, 2006

NOCHE DE TORMENTAS


Estaba despierto pero creí que soñaba. La brisa marina acariciaba nuestros cuerpos que se mecían sobre las aguas de un mar infinito. Rítmica, acompasadamente, las olas nos llevaban, nos subían y bajaban, y como único testigo, junto al horizonte, la luz apenas visible de la atardecida. Me vi envuelto en un tirabuzón imposible, y tus manos sujetaron las mías, como si temieras perderme. Poco a poco creció la marea y arreció el viento. Tu respiración agitada, la mía entrecortada. Recuerdo que cerraste los ojos, y gritaste. Y de pronto el silencio y de nuevo la calma. Sólo entonces nos dejamos arrastrar hasta la playa que invitaba al reposo de su arena cálida. Descansamos unos instantes. Fueron albores de una noche muy larga.

Dormimos unos instantes, y desperté al notar de nuevo tu cuerpo mojado sobre el mío, a la luz de la llama de una vela apenas perceptible, empeñada en ser de nuevo testigo en la tormenta. Y nuestras sábanas quisieron ser de nuevo playa, y tu aliento brisa que acariciaba nuestros cuerpos ardientes. Y otra vez mis dedos enredaron tu pelo en un tirabuzón imposible, y de nuevo fuimos olas que subían y bajaban. Y de nuevo fuimos playa, y tormenta, y brisa, y calma.

Fue una noche muy, muy larga.

Monday, November 13, 2006

EN AQUEL ENTONCES



No quiero acostumbrarme a la belleza de la luz del alba. No quiero porque deseo disfrutarla cada día como si fuese un regalo inesperado. Cada minuto el cielo cambia sus colores, a medida que la poderosa luz del sol se abre camino haciendo que las sombras de la noche huyan despavoridas, incapaces de resistir la belleza que despierta a la claridad del nuevo día.

Siempre me gustó contemplar los paisajes, extender la mirada hasta lo imposible. Como cuando era niño y saltaba con todas mis fuerzas tratando de ver qué se escondía más allá de la línea donde se besan el cielo y la tierra, y siempre estaba seguro de haber visto lo que nadie, jamás, había podido contemplar. Allí, detrás de la última frontera, pude ver a Doña Ana María en el castillo del Conde de Torres, asomada al balcón mientras esperaba la llegada de su Guerrero del Antifaz; y al Duque de los Picos, y a los hermanos Kir, y a la Mujer Pirata, y al malvado Alí Kan, luchando todos juntos bajo las encinas que salpicaban un mar de trigo en unos campos de cuyo nombre no quiero olvidarme.
Hoy nada es lo mismo. Ni los sueños, ni los objetivos, ni siquiera las ilusiones son las mismas. Voy cambiando y, conmigo, una vida a la que me aferro y de la que quiero conservar los recuerdos de entonces. Porque no dejo de pensar lo curioso que resulta comprobar que lo único que permenece inalterable es, al mismo tiempo, lo que nos cambia a todos nosotros.
Veremos los mismos cielos y disfrutaremos de sus mil colores; transcurrirán las mismas horas y los días seguirán durmiendo en sus noches. Pasaremos por la vida surcando nuevos mares, descubriendo nuevas tierras, hasta que un día, sin apenas saberlo, lleguemos a nuestro último horizonte. Y cuando echemos la vista atrás sabremos que el Tiempo, el que todo lo cambia y nada respeta, seguirá joven en su senectud, burlándose sin remedio de quien no supo disfrutar lo que tuvo ante sus ojos, cuando hubo un "aquél entonces", cuando desbordaba a raudales la misma vida que también sabe decir adiós.

Wednesday, November 08, 2006

COMO LÁGRIMAS EN LA LLUVIA


Esta mañana he formado parte de la lluvia. He recorrido las calles de siempre acompañado de esa extraña sensación que produce el saber que algo importante está cambiando. Me he cruzado con miles de caras extrañas creyendo ver su rostro reflejado en los escaparates, y mis pasos han seguido a sus pasos que rompían los charcos ante mí. Caminaba entregado a mis pensamientos mientras que un sentimiento de tristeza ahogaba mi garganta. Recordé algunos de los momentos de antes, cuando juntos quisimos pasear por mundos soñados, ahora imposibles; esos instantes en los que, los dos juntos, fuimos, tuvimos, sentimos.
Ahora, no sé si solamente fueron simples sueños.
Abriendo las puertas del recuerdo saludo a una conciencia tranquila, y trato de sonreír, pero no puedo. Quisiera no tener que acostumbrarme a su rostro en los cristales, ni a sus pasos perdidos. Quisiera escuchar de nuevo su risa y percibir que el aire existe porque mueve su pelo. Y quisiera que esta realidad, sobrevenida, incomprensible, incrédula y -antaño- imposible, no fuera tal.
Tal vez, no lo sé, ya no importe demasiado. Solamente sé que el tiempo de otoño trae la lluvia, y la lluvia lava los recuerdos y disipa, borrándolas, las lágrimas vertidas. Y también sé que siempre, lo queramos o no, amanece un nuevo día.