Monday, January 30, 2006

30 DE ENERO DE 2003














Hace tres años hacía frío y era jueves. Hace tres años llegaba cansado de trabajar, a eso de las nueve, como tantos y tantos jueves.

El niño buscó su regalito. Pregunté por la niña. Estaba "bien", como siempre.

La cena estaba servida, tapada con un plato para mantenerla caliente. Ese mismo plato que ha preservado del frío muchas cenas, muchas veces.

Hace tres años me puse mi pijama azul. Abriga lo justo para dormir destapado sin morir congelado. Terminé de cenar cuando lo hacían los deportes. Hace tres años tenía encendida la televisión y una película estaba a punto de comenzar.

Sonó el teléfono. Acostaba a mi niño. Ya se había lavado sus dientes, y pedía un rato de compañía, como tantas veces. Recibo el recado. He de ir a mi casa, a la que pertenecí hasta cumplir los veintisiete. Y debo hacerlo rápidamente.

Durante dos minutos voló mi coche. Calles peatonales. Caras serias. Luces que giran, amarillas y blancas. Batas blancas. Manos blancas. Miradas blancas. Sesenta escalones ahogados. Después silencio, incredulidad, lágrimas y muerte.

Hace tres años se fue mi madre. Sin adioses, ni consuelos, ni reproches, ni ruidos, en absoluto silencio. Era de noche. Era jueves. Jueves frío, noche blanca, una muy larga noche.

Monday, January 16, 2006

LECCIÓN DE GEOGRAFÍA.

Aquellas mañanicas de mayo fueron especialmente virulentas. Parecía como si el sol de la primavera siempre saliera en otra parte. El frescor de la mañana hacía que frotara sus manos continuamente, y con matemática puntualidad, nada mas sonar el timbre, el anverso de su apéndice nos indicaba que debíamos entrar en clase. Sólo entonces parecía desmoronarse el inmaculado orden de aquella fila. Nadie rompía los esquemas de aquella fila, al menos no conscientemente.
Tras las preces de rigor, nos concedió apenas cinco minutos de repaso, y después sacaría al azar a cualquiera de nosotros. Yo era conciente de que podría tocarme a mí. De poco servía intentar esconderme tras la espalda de C…, el compañero que se sentaba justo delante de mí; Su espalda era casi tan amplia como el propio aula, pero no ocultaba lo suficiente. Ni siquiera cuarenta y cinco alumnos eran suficientes ante unos ojos que buscaban que no existiera la casualidad.
Geografía nunca fue una asignatura fácil, y menos aún cuando se han vivido únicamente diez años de edad. Recuerdo que durante la espera colgó aquel mapa marrón. También su traje era marrón, como el Macizo Galaico objeto de estudio. Mi corazón martilleaba furioso, sin ritmo, provocando a la sazón un aleteo indescriptible a la altura del estómago. Las probabilidades de que me tocara demostrar en público mis desconocimientos eran escasas, pero existían. Se agolpaban en mi cabeza muchos pensamientos; Me odiaba por no haber dedicado el tiempo suficiente durante el fin de semana a aprenderme el Macizo Galaico, y juraba que si esa vez me libraba nunca jamás volvería a entrar en clase sin saberme la lección.
C. el de la gran espalda, se mostraba especialmente tranquilo; Se notaba que había estudiado; Quizás por ello sus labios mascullaban un leve “yo,yo,yo” cuando don Isidoro tomó entre sus dedos la lista. El martilleo crecía hasta el paroxismo ante la sola idea de que hiciera caso al mascullante. Después de M.C. la lista proseguía en M.G, yo era M.G., y yo no mascullaba “yo,yo,yo”. Al mismo tiempo la actitud de Gran Espalda en parte me tranquilizaba, pues don Isidoro había dado múltiples muestras no obedecer a nadie. El buscaba a personas como yo, pero en esta ocasión la proximidad de los apellidos probablemente me librara y sus ojos se dirigieran al principio o al final de la lista… o ¡tal vez no!. ¡Seguro que había escuchado el martilleo!.Uno tras otro se agolpaban mis pensamientos mientras intentaba recordar si dentro del Macizo Galaico existían ríos navegables. Aterrado vi que sus labios se abrieron para pronunciar finalmente el nombre. Siempre me llamó la atención que de aquel grosor pudiera brotar una voz más bien aflautada, voz cínica de hombre ya viejo, voz sabedora de su elección. Y arrastró mi nombre: ¡M...G....!. ¡Ay, mamá!, pensé.
Al tiempo que me levantaba de mi pupitre de madera pude escuchar el suspiro de los absueltos. Él era un hombre de costumbres y no salteaba nombres; prefería hacer barridos por zonas. Solo los siguientes en la lista se apresuraban a repasar ávida y atropelladamente los párrafos de la lección. A medida que me acercaba hacia la pizarra los compañeros volvían hacia mí su vista. Sabía que no podía esperar miradas de comprensión. Eran tiempos difíciles, y sólo los reos que iban a ser inminentemente ejecutados podían disfrutar del consuelo de un último apoyo. Las miradas de los compañeros se unían a las sonrisas del que, por ese día, se había librado.
Mientras me entregó un largo puntero de madera su flauta inquirió: “El Macizo Galaico”. Noté unas tremendas ganas de orinar, y tardé en responder.
“¡¡¡EL MACIZO GALAICO!!!”. -Temblé-.
Mis labios tiritaban al mismo ritmo que mi mente trataba de recordar si la respuesta adecuada era aquella de que “El Miño, Duero, Ebro y Nervión son navegables en pequeños tramos de su curso, y el Guadalquivir hasta Sevilla es el mayor tramo navegable, gracias a la construcción del Canal de San Fernando”. Algo tan complicado no podía ser erróneo, y señalando la provincia de León exhibí mis vastos conocimientos sobre el Macizo Galaico y su río Guadalquivir.
Las risas de los demás compañeros se hicieron notar rápidamente, y don Isidoro no estaba dispuesto a acallarlas. Seguramente fueron los nervios, no lo sé, y empecé a esbozar mi propia sonrisa. Hasta ese momento no me había percatado, pero junto con la primavera paracecían haber llegado las primeras tormentas, porque uno de sus truenos se descargó furibundo sobre mi cara, explotando el mundo en mis ojos y mi nariz. Un pitido interminable sacudió mi oído mientras se apartaba con una caricia aquella mano hueca. Todas las risas se cortaron, todos los ojos se clavaron en los libros.Una mirada de profundo desprecio me indicó el camino de regreso a mi pupitre de madera.
“¡¡¡¿A ESTAS ALTURAS?!!!”, bramó.
La vergüenza que sentía impedía mi llanto. La vergüenza y la tremenda sensación de que de nada serviría buscar ayuda. Tenía sólo diez años, pero desde hacía mucho tiempo había descubierto que no existían los cuentos de hadas. Entre risitas de los compañeros me senté. La prueba había terminado, y hasta dentro de muchos días seguramente no me volvería a llamar.
Al cabo de unos minutos la cara me seguía ardiendo, pero ya no me dolía. Poco a poco me fui calmando, y sin hacer demasiado caso a la formación de la Cordillera Bética recurrí a mi viejo truco: me reconforté, como tantas y tantas veces, recordando el programa “300 millones” de Televisión Española, el cual podía ver porque lo daban los domingos y no por el UHF.
Recuerdo que, en un momento concreto de la emisión, un avión de IBERIA volaba hacia mis sueños, surcando, de este a oeste, la pantalla de aquel televisor VANGUARD en blanco y negro en torno al cual mi padre olvidó que tenía una esposa con la que pasear.
Y todas las noches, después de rezar, yo volaba dentro de aquel avión.

HIERBA.

Necesito que me digas que nada ha sido un sueño,
que en los prados que pisaste
fresca hierba ha crecido,
que aquel cielo azul se tornó en tormenta
celoso por no poder competir con el color de tu mirada.

Sé muy bien que no fue un sueño,
que no he confundido tus guiños con luceros distantes,
ni tu sonrisa con ese cuarto de luna
que, cada noche, se empeña en visitarme.

Yo lo sé, y también,
que el viento existe porque tu pelo
pidió a Dios una mano plena de caricias,
que el río fluye para aliviar el calor
del agua que emana de tu cuerpo
para acariciar tu piel,
Que el fuego brota cuando tus pies heridos
necesitan que se les conforte
para hacer huir al frío,
igual que el niño que no se siente querido huye.

Sé también que la tierra le ha exigido tiempo al tiempo
para poder cultivar el más hermoso lecho de flores,
y al invierno un soplo de aire fresco que las cuide,
por si un día decides descansar.

Siempre te he pedido
que si ese día llega me lleves contigo,
porque sin ti la noche es oscura,
y no quiero esperar solo.

Ni ver solo cómo crece la hierba que un día pisaste,
sin poder secar tus pies mojados con mis manos,
ni darles calor con mi aliento, como hacíamos antes,
mientras esperábamos junto a la chimenea
la venida de una taza de té.

MAMMY BLUE.

Nunca fui de esos tipos que se muestran encantados de haberse conocido. Antes al contrario, durante toda mi vida fui ferviente enemigo de los espejos.
Nací hermosote, crecí como pude y apenas siete u ocho años duró mi felicidad. Mi desdicha sobrevino por mi espectacular y nada grato cambio de fisonomía. Hasta que tuve ocho años puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que yo era un verdadero tirillas. Mis comidas consistían en un vaso de leche por las mañanas y otro por las noches; En medio, me alimentaba de excusas para no comer. Mi aspecto se asemejaba más al de una cerilla que al de un niño: flaco, cabezón y además con rizos, algo así como si a un palo de escoba lo coronan con la copa de una encina. Gracias a Dios, en mi ciudad no existen grandes oportunidades para que se produzcan vientos fuertes, pues hoy día la cerilla estaría escribiendo en otra parte del mundo.
Mi madre se mostraba muy preocupada con mi enclenque estado físico, y me compró muchos pasajes para realizar estupendos circuitos turísticos por todas las consultas pediátricas de la ciudad. Todos los pediatras la conocían, particularmente el Dr. Bg, que fue quien (según me han contado, porque yo no me acuerdo muy bien) me trajo al mundo; Fue el mismo médico que le dijo a mi madre: "enhorabuena, señora, ha tenido usted un hermoso niño -creo- y todo ha salido bien". "todo" era yo, y Mamá me explicó que lo de "creo" obedecía a que como pesé al nacer cuatro kilos y medio (sí, 4,5 kg.) mi breve pitillo parecía aún más breve entre mis hermosos muslos.
En el Colegio Nacional en el que pretendían alumbrar mi cerebro (alumbrar a la cerilla, jejeje) la imagen se repetía con frecuencia: antes del recreo, me hacían tomar otro vaso de leche; Y tanta leche tomaba al cabo del día que entre los rizos, mi color de pelo rubio y la leche parecía un ternero "charolais" amamantándose. Leche y sólo leche, ni siquiera los "Phoskitos", ni los "Bucaneros", ni las "Panteras Rosas" que, juntamente con unas deliciosas "raquetas" de yema y unos hermosos Donuts, vendía el Sr. Joaquín en la panadería que había junto al colegio.
El tiempo trancurría tan lento como la caída de las hojas de un tilo. Y contaban dos expertas biógrafas que tuvieron la oportunidad de estudiar la historia de mi vida (o sea, mi abuela y mi tía) que un buen día, encontrándonos de "vacaciones" en la finca que Mr. Feroz (mi padre) poseía muy cerquita de Ldm, exclamé tras una lucha de pedradas contra mis primos: "¡TENGO HAMBRE!".
Mi madre, que estaba pelando y cortando patatas para la cena (una de esas patatas vulgares tan antigua -no como las de ahora- que servía para todo: para freir, para cocer, para asar, para rebozar, para saltear, incluso para comer), casi se quedó sin dedos del susto: soltó el cuchillo, se desprendió de la patata que sostenía en la mano, corrió hacia mí y situándose frente a mi cara me agarró de los hombros y, agitándome, gritó:
- ¡¡¡¿QUÉ HAS DICHOOOO?!!!
-"Que tengo hambre".
-¡¡¡SÍIII, JAJAJAJAJAJA!!!. ¡¡¡LO HA DICHO!!!. ¡¡¡EL NIÑO TIENE HAMBRE, JUAJUAJUAJUA!!!, vociferó mientras saltaba de alegría.
-"¡¡¡PUES SI LA CERILLA TIENE HAMBRE, DEJA DE DAR LA MURGA Y DALE DE COMER, COÑO!!!, respondió amablemente Feroz.
Mi madre, por fin, había escuchado tan ansiadas palabras, con todas sus letras: "tiene hambre, el niño tiene hambreeeee", canturreaba. Yo recuerdo que estaba muy sorprendido ante la destreza de aquél movimiento de vaivén que el cuchillo, repleto de mantequilla, realizaba sobre el pan. A un trocito de pan siguieron otros muchos, acompañando ricas salsas de gratos sabores recién descubiertos. Atrás quedaron decenas de frascos de Periactín, el maravilloso jarabe sabor a menta que despertaba el apetito de todos, menos el mío. La cerilla fue poco a poco transformándose en un tronco, y todo ello gracias a mi madre y a los maravillosos comics de "El Guerrero del Antifaz", que fue mi compañero de sofá durante mis largas digestiones estivales.
Engordé, sí, pero no fue mi madre quien me engordó, sino su afán de cuidado. Mi madre era del tipo "mammy blue", y además en una de sus variantes más gratas: "mammy blue-ama de cría", ya saben, de esas madres dedicadas a sus hijos por entero, sufrientes cuando sufríamos, amigas de los besos que sonaban como si al darlos explotara el moflete y que tenían, por aura, un eterno halo de tristeza.
Blue me daba todo su cariño y se preocupaba por mí. Traducía su amor en mil y un detalles con quien le hacía un poquito de caso, y creo sinceramente que yo se lo hacía. Mis apenas apreciables esfuerzos eran recompensados con creces: si bajaba a buscarle unas barras de pan (en Madrid las llaman "pistolas" y nunca he sabido el porqué, dado que engordan, pero no matan), Blue disimulaba y hacía como que se le olvidaba pedirme la vuelta del dinero. Si recogía la habitación, o hacía mi cama y la de mi hermano (el ser más vago para hacerse la cama que imaginarse puedan), le contaba a Mr. Feroz que había llegado de la calle a la hora por él señalada como toque de queda, a fin de que no me castigara por hacerlo más tarde.
Gracias a Blue muchos fueron los supermercados que visité a lo largo de mi infancia, principalmente -por su cercanía con el iglú familiar- los de las calles de Correhuela y de Iscar Peyra. El primero de los citados se encontraba apenas a cincuenta metros de casa, y era bastante más económico que el segundo, pero en el segundo trabajaba como cajera Montse, la maravillosa Montse, lo que implicaba que, mientras fuera yo quien hiciera la compra, mi familia debía pasar estrecheces a fin de mes.
¡Montse!: protagonista ajena de mis más húmedos sueños del despertar a la pubertad. Sus pechos se empeñaban en demostrar que la Ley de la Gravedad tiene hermosas, tersas, redondas y -seguramente- suaves excepciones. Les ruego que aprecien que el adverbio "seguramente" ha precedido al adjetivo "suaves", lo que les dará idea de cuántas veces pude tocar las excepciones. Su alegre sonrisa se clavaba en lo más profundo de mi corazón, el cual, enloquecido, bombeaba tanta sangre que mi -entonces, por supuesto- pequeño atributo llegaba a alcanzar una longitud nada despreciable para mi edad. Con los años he llegado a pensar que, quizá, dicho efecto no fuera conseguido únicamente por su sonrisa, sino que acaso tuvo también algo que ver el impresionante escote que lucía Montse, que era más abierto cuanto más breve era su sostén y permitía dejar ver su maravilloso seno, cumbre rematada en una cima rosada que tantas veces deseé escalar.
Recuerdo que me encantaba hacerme el despistado cuando se trataba de escoger los productos situados en la parte más baja de los estantes. Llegado el momento, me invadían las dudas: "Montse, por favor: ¿qué jabón compra mi madre: Lagarto o La Toja?". Y la buena de Montse acudía presta a satisfacer mi curiosidad: "Los dos: Lagarto para lavar tu ropita (y me tocaba el pantalón a la altura del botón de la cintura), y La Toja para que te laves tu cosita" (bien sabía ella cuánto jabón necesitaba yo al llegar a casa).
Podría hablarles horas y horas de Montse, pero... ¡disculpen, que me voy del tema!. ¿de qué estaba hablando? ¡Ah, sí, hablaba de mi Blue!.
Blue me falta desde el día 30 de enero de 2003. Otro día les contaré por qué la extraño tanto.

ESTÁS AQUÍ.

Mi querida enemiga:
Disculpa mi tardanza. Ya sé que he estado unos días retirado, pero sabrás sin duda disculparme otra vez. Súmalo como nueva deuda a la cuenta de mis despropósitos. Espero poder pagarte algún día todo lo que te debo, aunque es tanto lo que tengo que agradecerte que no tendré otro remedio que morir una nueva vida para ti.
Me he asomado a tu ventana para decirte que todas las noches, siquiera un instante, sueño con ella. Acaso obedezca a su eterno recuerdo, no lo sé, pero no puedo apartarla de mi memoria. Ni quiero.Verás: fue demasiado pronto y quedaron muchas cosas por decir, por decirnos. En un ápice... su adiós. Si fuera el caso (no hablo de eso) recordaría al viejo poeta amigo: "es tan corto el amor y es tan largo el olvido...". Insisto: no; No hablo de eso, sino de algo mucho más profundo. E íntimo.
Me duele pensar que no llegué a comprenderla demasiado bien. Ella, y sólo ella, hubiera podido conseguirlo, y sin embargo no quiso, o no supo. Ella, y sólo ella, aun sin mi ayuda, la de su mejor cómplice, hubiera podido.
Verás: hace muchos años que su vida ya no lo era. Necesitó de excusas para seguir luchando y las tuvo, por dos veces. La primera mi hijo, un mes de enero que le dio la vida, hace ya casi diez años. La segunda mi hija, un mes de julio que le mostró el camino hacia la muerte, hace escasos cinco. Y fui yo quien le dio ambas excusas. Pero pudo más la pena de no poder tomarla en sus manos, ni acariciarla sin temor, que su olor a bebé.
Escuché no hace mucho (gracias, Almach.) una hermosa canción. Faith soñaba que su amor se le acercaba sobre unas alas plateadas, y juntos surcaban un cielo de colores. Tan enamorada estaba que veía su rostro reflejado en el de un niño, escuchaba su risa en la de otros hombres y cada resplandor del cielo reflejaba su mirada. Pero él ya no estaba con ella porque se había ido para siempre. Sin embargo, él permanecía con ella cada instante, noche y día, despierta o dormida. Y Faith se preguntaba, y nos pregunta a todos, qué es lo verdaderamente real, si lo que podemos ver y palpar o si lo que podemos sentir.
Yo encontré la respuesta. Lo único cierto, la única verdad es lo que podemos sentir. Es por eso por lo que nadie muere para siempre si permanece en nuestro recuerdo. Y no tengo que recordarte, y tú vives, porque yo no te olvido y te siento.A pesar de ello no te imaginas cuánto me gustaría volverte a ver.
Pero... ¡guárdame el secreto!

A LA NIÑA DE LOS PASOS PERDIDOS.

Quiero contaros que apenas sí puedo.
"Señor, me cansa la vida y el universo me ahoga, Señor, me dejaste solo, solo con el mar a solas".
¿Quien juega al escondite? ¿Por qué no hallo las respuestas?. Si me dijeron -y me creí- que encontraría los porqués, ¿quién se burla de mí con su silencio?.
Ya no me sirve, hoy no. Son sólo cinco años y ha sido demasiado el sufrimiento. Tiemblo con cada temblor suyo, y su llanto me hace morir. Me han dicho que la muerte es el descanso eterno, pero ni mil muertes consuelan un solo minuto de vida cuando la tristeza no está asumida.
Quizá sea demasiado el amor que siento, pero, ¿cómo no sentirlo?. Y, sobre todo ¿por qué he de no hacerlo?. Ella es demasiado hermosa como para olvidarme de que existe, de que ES, de que a pesar de todo sigue siendo.
No, no puedo. Y que nadie pregunte el porqué si no quiere conocer la verdadera respuesta. Sigo al frente porque la resignación es la derrota amarga del que abandona; Sigo aquí porque su final comienza cuando el olvido es consciente.
Quiero decirte que el día que no estés mi alma será un pábilo consumido, apenas un recuerdo que se diluirá ante tus pasos perdidos, pero aun así se alzará mi voz en un susurro quedo, en un grito ahogado que atronará el descanso de los seres inocentes. Tu vacío no será en vano, tu memoria será mi fuerza, y tu testimonio mi consuelo.Y seguirás conmigo mientras me reste un hálito. Esta será tu herencia porque nada más puedo ofrecerte.
Y que sepas que hablo de un compromiso, no de un sueño. La noche es demasiado corta como para llenarla con sueños.
A Marina.

INSOMNIO.

Esta noche no quiero dormir.
He pasado un día pleno de sensaciones. La mañana despertó prometedora, en casa de unos buenos amigos (los mejores) con los que, delante de una exquisita taza de café, terminamos de contarnos esto y aquello. ¿Quién me iba a decir a mi que el secreto de la vida está en una taza de café?. Tuvimos que marcharnos pronto, pues yo tenía una cita obligada con una persona que descansa para siempre. Aunque hablo con ella todos los días lo cierto es que pocas veces me he presentado delante de su lecho, y la fecha era propicia para enmendar un tanto mi desidia. Le pedí (como siempre hago) que me ayudara en lo cotidiano, prestándome la calma que, por distintos avatares de la vida, a veces me falta, y salí reconfortado para encontrarme con mi hermano y celebrar, juntos, que ella nos sigue uniendo.
Ni siquiera pude almorzar; Las responsables de tamaña falta de delicadeza con la sobremesa fueron unas estupendas cervezas en buena compañía, y me fui a ver una exposición magnífica de arte contemporáneo que se celebra estos días en mi ciudad. Tras descolocarme durante una hora ante las cosas que son capaces de hacer (y de deshacer) esos extraños seres humanos conocidos como "artistas contemporáneos" cumplí un compromiso previamente adquirido, consistente en pasar la tarde en casa de otros amigos que tienen a su cargo un familiar culpable de haber desperdiciado su vida.
Transcurrían las horas tan lentas como los lamentos del susodicho, cuando decidí llamar a mi hogar, agridulce hogar. La amable voz de mi no menos amable costilla bramó recordándome los segundos durante los que había materializado mi ausencia, y tomé el primer vuelo hacia mi casa, por supuesto en clase turista, que es la que encoge más el corazón.
Cuando llegué, la cocina de mi castillo parecía un paraje desolador. Un solo gesto del ama del calabozo hizo que me diera por aludido, y me dispuse a preparar la cena. Mi inicial instinto animal fue pronta y oportunamente corregido por los sabios consejos del ser más equilibrado que puebla la faz de la Tierra, quien me obligó a replantearme la proporción de mi grasa corporal.
Consciente de mi desdichado aspecto, no sin antes reflexionar largo y tendido, abordé sin mayores dilaciones un atractivo menú:
De primero compuse La Ensalada de Lechuga sobre Lecho de Porcelana Pelada: deliciosas variedades de lechugas con multitud de divertidos colores: lechuga morada con trazas de lechugas blanca y verde, con emulsión derramada de aceite de oliva, acompañada con finas tiras de champiñón desgrasado y cebollitas del huerto del Tío Iker.
De segundo, El Huevo Triturado sobre Plancha de Sartén Caliente al Aceite de Maíz.
Seguidamente procedimos a cambiar el sabor gracias al frecor de un vaso de Jugo de Caño de Inmueble Urbano, hasta dar paso al postre:
La Crema Agria del Zumo de Teta de la Vaca de Tía Edurne (no es que la tía Edurne sea una vaca) con Frutos Rojos del Bosque del Abuelo Ion (delicioso dessert vulgarmente conocido como "yogur con frutas").
Finalizamos nuestro menú con un nutritivo vaso de Moka Descafeinada a la Crema de la vaca (etc. etc.) con Crujiente de Ambrosías Redondas de Aguilar de Campoó.
Decía que esta noche no quiero dormir. Y es que el ruido de mi estómago no me lo permite. Mejor. Así aprovecharé para contarle unas cuantas cosas a la Luna Nueva sobre mi enemiga íntima. (Schsssst: lunita, lunera: creo que ya me quiere un poquito).

CRUZ DEL SUR


Asombrados, los pastores de la antigua Palestina pudieron ver sobre el horizonte meridional, bajo la apariencia de una aurora austral sembrada de estrellas brillantes, una hermosa luz. Todos supieron que algo muy grande iba a suceder.
Y le llevaron oro y sudor, incienso y dolor, mirra y llanto.
En su inmensa soledad, Magallanes alzó la mirada al cielo, y recordó lo que sus predecesores habían descrito. Cada noche, como por encanto, aparecía una estrella luminosa, faro guía en los mares de destino incierto. Se sintió acompañado y recordó con un brindis a los más grandes: Marco Polo, Americo Vespuccio, padres de las aguas, que acaso una vez se enamoraron junto a su fuego distante. Esbozó una sonrisa, frotó sus manos y buscó el refugio del puente de mando al amor de las velas. Su libro de viajes, celosamente guardado, era toda su compañía. Ni siquiera los hombres de la nao podían arrebatarle tanta belleza.
1505 había sido un buen año.
Un indio guaraní, postrado ante Tupa, oraba cada día de su vida para que el Ñandú no agitara sus alas y abandonara el Cielo. Y cada día, exhausto de rezar, se abraza a su esposa antes de abandonarse a sus sueños, tras comprobar a través de la techumbre de su choza que, al menos esa noche, su ojo no parece que desee despertar.
No mientras Antares continuara vigilando.
Espera su llegada. Recoge a toda prisa. Toma una ducha caliente y se pone su mejor vestido. Deja que el tirante caiga bajo su hombro. Enciende una vela y espera. Suena el teléfono. Pabilo consumido. Somnolienta reconoce su voz y disimula comprender. Una lágrima limpia el plato vacío.
Ya guardará mañana las sábanas de hilo.
Nos guía y nos protege; lo esperamos y tememos. Nos vela y nos perturba. Lo queremos y nos duele. Siempre con nosotros. Vive con nosotros. Nos abandona, vuelve y nos envuelve. No importa cuándo, porque siempre vuelve. El Amor. Nuestra Estrella. Tan cercana, tan lejana, tan presente.

HOJAS DE NOVIEMBRE


En noviembre no existe el atardecer. En el mes de noviembre la luz del sol de repente agoniza, y el viento frío recorre los rincones más inhóspitos del alma. Ha sido un duro día de trabajo, y no tengo siquiera el consuelo del guerrero que vuelve a casa. Dicen que el hogar está donde está el corazón, y yo no tengo corazón. La conclusión es fácil cuando las premisas son tan simples.
Asciendo la Cuesta del Espíritu Santo, y junto a la Iglesia que la embellece siento la necesidad de rezar. Rezo desde muy dentro y también pido cosas sencillas, acaso porque sean más fáciles de conseguir. Continúo mi camino y un gran estruendo de coches rompe mi aislamiento. Creo que he estado a punto de morir atropellado y mi pulso ni siquiera se ha alterado un ápice. Repito: no tengo corazón.
Las caras de la gente son grises en noviembre, salvo cuando la piel es clara. Cuando la piel es clara el gris se tizna de un color rojizo fruto del frío cortante; Quizá por eso cueste tanto sonreir en noviembre.
Una... dos... tres... diez... tres... dos.. una... yo. Me he quedado solo en el parque. Se han marchado todos, incluida una pareja que, entre las luces de las farolas y las sombras de los matorrales, rubricaban mil y una caricias en claroscuro, formando paisajes que ni El Greco hubiera podido soñar. Aunque todavía no es tarde pronto van a cerrar. Sólo un perro despistado se ha acercado con intención de olisquearme, y su dueña, desde lejos, le ha llamado la atención. En otra época hubiera entendido que con su regañina le advertía de que no me molestara, pero sé muy bien que, hoy, no era esa su intención. Una llamada a tiempo evita conversaciones forzadas, y las conversaciones sobran cuando el frío provoca que duela hasta la respiración.
Durante más de una hora he recogido del suelo hojas secas, en especial las de los falsos arces. Después, con metódica paciencia, he apartado aquellas que presentaban mayores y mejores nerviaciones, y he evitado las que presentaban roturas. Cuando llego a casa lavo cuidadosamente las hojas, les quito el polvo que se les adhiere al estar en el suelo, y cuando están limpias las seco con una toalla presionándolas suavemente. Finalmente busco un periódico para depositarlas entre sus noticias, y espero que el tiempo y un poco de peso termine de obrar el sencillo milagro de convertirlas en pequeños lienzos de tela natural.
Animado por la idea de componer mi cuadro emprendo el camino de regreso a casa. Surco las calles y me detengo ante el quiosco de la Sra. T..
- "Déme una chocolatina, por favor".
- "Aquí no se da nada, je-je, si quiere se la puedo vender".
- "Lo que usted quiera, pero dése prisa, por favor".
- "Tiene apartadas también dos cajas de música, para la niña".
- "Otro día me las llevaré; Ahora no tengo dinero suficiente".
- "¡Pero hombre: ¿es que no hay confianza?. Llévelas y ya me las pagará otro día; Mañana, por ejemplo, cuando tenga el dinero!.
- "Entonces mañana me las llevaré".
Pago y abandono el local que huele a humo. Mi misión está cumplida, y es lo que importa. Mi niño llama por las tardes a la oficina para explicarme cómo están las cosas, y siempre me pide en bajito si puedo llevarle algo.
Llego al portal. Tras varios intentos acierto con la nueva combinación numérica que dota de seguridad la apertura de la puerta. Llamo al ascensor que debe elevarme hasta el séptimo piso y ahorrarme ciento diecinueve escalones. Los he contado muchas veces, tantas como las ocasiones en que se ha estropeado el ascensor y he tenido que portar en mis brazos la silla de M.. Entro en casa, y mi niño me recibe.
- "¿Me has traído algo?", pregunta mientras busca en mis bolsillos.
- "Hoy no se merece nada, porque se ha portado muy mal conmigo durante el camino de vuelta a casa", responde su madre desde la cocina.
Le miro y no replica.
- "¿Es eso cierto?".
- "Puede".
- "Entonces... ya sabes lo que hay".
- "¿El qué?", contesta emocionado.
- "Que no hay nada".
- "¿En qué quedamos: hay o no hay?".
Es muy listo, y me hace sonreir.
Dejo la gabardina en la habitación y me dirijo hacia la de M.
- "¿Qué dice el informe del médico?".
- "Ha pasado el día muy intranquila y no ha querido merendar. Cuando hemos llegado le he dado un postre de frutas y se ha quedado dormida".
- "Pues dejémosla que siga durmiendo; Seguro que le vendrá bien".
Quedo a solas con M. y la observo. Está profundamente dormida. Al estar tan relajada consigue que olvide por unos instantes su escoliosis, y decido medirla. Tomo la cinta métrica. Mide un metro con seis centímetros. "Es pequeñita porque no necesita más" -pensé-. Acerco mis labios a sus mejillas y la beso. Enredo mis dedos en sus rizos y vuelvo a besarla. Es demasiado el cariño y pienso en lo que lleva pasado. No puedo reprimir que se humedezcan mis ojos.
Después de lavar y secar las hojas acudo al salón. Tomo un periódico atrasado y busco sus páginas centrales para depositarlas entre ellas. Al abrirlas descubro una fotografía de la Estación Termini en la que una pareja se besa mientras otra chica despide a su novio subido al tren que se aleja. No puedo por menos que pensar en Mary Forbes y en su dilema a la hora de decidir si tomaba aquel tren y regresaba a su pasado o si, por el contrario, se quedaba en Roma junto a Giovanni, su amor verdadero. Una voz me trae de nuevo a la realidad, sin dilemas.
-"La cena está en la mesa".
Coloco las hojas encima de la Estación Termini, cuya visión se arruga a causa de la humedad. Cierro el diario y deposito un pesado libro encima, el cual me ayudará a que consiga mi pequeño milagro. Toda ayuda es buena cuando no eres un dios. Al fin y al cabo -pienso- no soy Montgomery Clift.
- "Ya voy".
En noviembre no existe el atardecer. En el mes de noviembre la luz del sol de repente agoniza. Llegan las noches, desoladoras y cotidianas. Monótonas a veces, como el ritmo de las ruedas del tren sobre los raíles. Tristes a veces, como el aleteo de un pañuelo en la despedida de un andén.

PARTITURAS

Todos los días de mi vida, casi siempre despierto y algunas veces dormido, he tenido el mismo y agradable sueño: amanece y me despierto tranquilo. Pero mi sueño no consiste en que alcanzo la tranquilidad del que sabe que lo tiene todo ganado (fama y riqueza, salud y bienestar), sino la que emana del propio espíritu.
Un espíritu en paz convierte a su dueño en una persona tranquila, y estar tranquilo es un sueño casi inalcanzable.Despertar tranquilo no supone jugar a caballo ganador. Podemos despertarnos tranquilos sabiendo que todo está perdido, y la tranquilidad emana, en tal caso, de saber que nada se puede hacer. Tampoco supone adaptarse sistemáticamente a la derrota, pues en tal supuesto la intranquilidad vendría justificada por no haber hecho todo lo necesario.
La tranquilidad depende de conocer, en cada momento, la partitura que nos entrega el destino, y saber adaptarnos a todas las situaciones a fin de poder desgranar las mejores notas del instrumento más hermoso de que disponemos: la Vida.Cada instante de la vida es como un escenario distinto sobre el cual somos los actores protagonistas.
Ningún acto vivido es idéntico al que le ha precedido, ni será igual que el que le seguirá. A menudo encontraremos situaciones muy similares entre sí, cotidianas unas, cómicas otras, dramáticas a veces, incluso trágicas, y nos toparemos asimismo con capítulos novedosos que no se encontraban inicialmente en nuestros guiones. Intercambiaremos miradas con otros actores desconocidos, cuyos papeles, principales o secundarios, conformarán nuestro carácter. Seremos también actores, principales o secundarios, en escenarios paralelos, y juntos todos interpretaremos cada instante la compleja sinfonía de la vida, el hecho mismo de vivir.
Quiero que la vida escriba en mi guión muchos capítulos. El de las risas, para animar al triste; El del sufrimiento, para aprender a ahogarlo; El de la esperanza, para llenar vacíos; El de la humildad, para respetar los años; El de las canciones, para aliviar silencios; El de los sueños, para poder contarlos; El de las alegrías, para pintar momentos; El de las tristezas, para recordarlos; El de las penurias, para resurgir; El de la cordura, para evitar lo malo; El del arrojo, para no bajar la guardia; El de la elegancia, para tender la mano; El de la sabiduría, para desdeñar conjuros; El de la amistad, para no desearlos; El de la paciencia, para prepararme; El del tiempo, para enmendar fallos; El de la libertad, para poder quererte; El del amor, para no olvidarnos.

LACRIMOSA DIES ILLA.

Lágrimas al atardecer, recuerdos de un pasado.

Lacrimosa dies illa, días de lágrimas será aquél en que no esté conmigo. Lágrimas de un atardecer malentendido. Lacrimosa dies illa, pues no puedo por menos que amarla.

Sin apenas concebirlo, Neruda presente: fue tan corto el amor... es tan largo el olvido.

No lo dejemos, no así. Restan muchas tardes para formar parte de la lluvia.

Huic ergo parce, Deus, pie Jesu Domine. No la apartes de mi lado. Permíteme escuchar una vez más sus pasos. Sólo un instante, aunque sea para volver y decirle cuánto la he amado.